No todos los días nace un club que te hace volver a mirar el fútbol modesto con ojos de niño. Con Rōnin FC —sí, oficialmente se escribe con macrón— Ibai Llanos ha puesto en pie algo que muchos soñábamos: un equipo de barrio con ambición de club grande, pero sin postureo ni socios de despacho. Empezar abajo, embarrarse y crecer a base de comunidad. Esa es la promesa que a los que ya nos sentimos “ronin” nos tiene con la bufanda lista antes incluso de conocer la camiseta.
Primero, los hechos que marcan el proyecto: Rōnin FC arranca en la Cuarta Catalana, el último escalón del fútbol federado en Cataluña; jugará sus partidos como local en el Camp Municipal 25 de Setembre, en Rubí, y su debut liguero está fijado para el domingo 21 de septiembre a las 12:00 ante el Vallirana. Empezar desde abajo no es un lema: es el plan.
También hay decisiones que cuentan la identidad del club. Ibai ha repetido que el proyecto es suyo, sin inversores, y que la entrada será gratuita esta temporada. En un fútbol de cuotas, abonos y muros, abrir el estadio y las retransmisiones a la gente es una declaración de intenciones que encaja con la otra pata del plan: activar a la comunidad para captar talento, con pruebas abiertas y un buzón para candidatos. Es el “castin” de toda la vida, pero turboalimentado por redes.
A nivel deportivo, el equipo ya se está moviendo. Roger Carbó se anunció como primer fichaje, y el banquillo lo ocupa Narcís Barrera, técnico con recorrido en cuerpos técnicos profesionales y ahora “míster” de este estreno en Cuarta. Nada de nombres estridentes: perfiles con hambre y oficio. Además, la pretemporada ya dejó una primera foto competitiva con un 1-1 ante el Tibidabo Torre Romeu (rival de Segona Catalana). Para un grupo que se está conociendo, compite; para una grada que se está formando, ilusiona.
Y sí, ya hay grada. De hecho, en apenas un amistoso han brotado peñas y hasta debates sobre el tono de la hinchada. Es el impacto de Rōnin: donde llega, pasan cosas. Y no solo entre los nuestros. En el entorno de la categoría se ha abierto un debate sano (y necesario) sobre la equidad competitiva: hay clubes que ven a Rōnin como un “intruso con foco”, con más recursos de comunicación que la media, y temen un desequilibrio en una liga históricamente comunitaria. Mi lectura como seguidor es doble: comprendo la inquietud —nadie quiere perder su esencia—, y a la vez celebro que un proyecto nuevo ponga miradas y visibilidad en campos que rara vez salen en un directo. Si el foco sube el listón de asistencia, patrocinios locales y orgullo de barrio, la categoría entera gana. El reto estará en cumplir la palabra: humildad, respeto al rival y cero prepotencia.
Lo que me engancha de Rōnin no es solo la narrativa; son los detalles operativos. Empezar en Grupo 25 de Cuarta, comunicar cada paso, abrir YouTube para que cualquiera nos siga, y blindar un estadio concreto (Rubí, no un escaparate aleatorio) son señales de un club que se toma en serio lo que predica: poner raíces. En el fútbol humilde, la identidad no se compra: se construye con madrugones, con entrenos oscuros y con domingos de sol que pica a las 12. Ahí es donde de verdad se forja un escudo.
¿Riesgos? Muchos. El primero, la expectativa. Venimos de un ecosistema —KOI, Kings League, Velada— donde el show es inmediato y el éxito se mide en picos de audiencia. El fútbol 11 no perdona: hay burocracia, lesiones, césped que bota mal y rivales que te muerden las pantorrillas en el minuto 92. Habrá empates feos y derrotas injustas. Si la comunidad aguanta cuando no haya highlights, entonces sabremos que Rōnin es más que una ola.
El segundo, no desnaturalizarnos. Rōnin nació con el espíritu del “samurái sin amo”: autonomía, orgullo y trabajo anónimo. Cada decisión debe pasar por ese filtro. Si toca elegir entre un gesto viral y uno útil para el vestuario, que gane el útil. Si hay que escoger entre fichar un nombre cotizable o un lateral que se mata por el escudo, que venga el lateral. Esa coherencia, paradójicamente, será la que más ruido positivo genere a medio plazo
Y el tercero, gestionar la singularidad. Será tentador convertir cada jornada en un evento; a veces tocará hacerlo… y muchas otras, no. La magia de la Cuarta Catalana es que no es la Champions: es vecindario, bar del campo y críos pidiendo fotos después de que te hayas dejado la piel. Si Rōnin respeta ese ecosistema —pagando a tiempo, cuidando el 25 de Setembre, visitando como se debe y escuchando a los clubes de toda la vida—, entonces el “bichito raro” será pronto buen vecino.
Como aficionado, lo tengo claro: quiero ascender. Pero más que eso, quiero que nos ganemos el derecho a ascender. Que cuando miremos atrás y veamos Rubí un domingo a 30 grados con entradas gratis, recordemos que aquello fue la base de todo. Que cuando Vallirana nos reciba en su centenario con la dignidad de quien lleva 100 años picando piedra, nosotros respondamos con respeto y fútbol. Y que, pase lo que pase, la palabra que mejor describa a Rōnin no sea “virales”, sino “serios”.
Porque al final, ser de Rōnin es esto: no tener amo, sí; pero tener principios. Y a quienes hoy dudan, les invito a pasar un día por el 25 de Setembre. Sin humo, sin artificio. Fútbol de barrio, cámaras encendidas y una grada que canta fuerte, pero con educación. Si después de 90 minutos no entienden por qué creemos, entonces no lo entenderán nunca.
Nos vemos el 21. Que empiece la historia.